Este caballero de florecidas, nevadas y cultivadas patillas era en su tiempo todo un personaje


Los vigueses somos bastante desconocedores de la historia de la ciudad  en que vivimos. Por eso conviene recordar de vez en cuando a algunos de los hombres que contribuyeron a crear Vigo y cuyos nombres aparecen en planos, direcciones y rótulos de esquinas.
 
Como es típico de esta ciudad siempre de acogida, levantada por foráneos que la hicieron suya, sólo uno de los reseñados abajo fue nacido en Vigo.

NORBERTO VELÁZQUEZ MORENO, procedía de La Rioja y se avecindó en Vigo a finales del Siglo XVIII, consistiendo su primer negocio en un molino de viento para el grano que importaba, para sumarse más tarde a la actividad industrial del salazón promovida en el Arenal por los empresarios catalanes.

Con el tiempo, gracias a él tuvo Vigo su primer teatro, las primeras escuelas modernas, la primera casa de baños... El teatro, inaugurado en 1832, estaba situado en la plaza de la Princesa, frente al antiguo ayuntamiento.

Se trataba de un inmueble magnífico - "este edificio es, sin contradicción, el mejor de Galicia hasta el día", se podía leer en una revista de la época -, con una espectacular araña de bujías que iluminaba el interior. Mencionan también las crónicas que en el gran telón de boca se podía leer:
Con risa y llanto, gracia y artificio,
aplaudo la virtud, corrijo el vicio.


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Coetáneo suyo y amigo fue NICOLÁS TABOADA LEAL, ilustre médico natural de Viveiro, aficionado a la investigación histórica y a la creación literaria, autor de la famosa e interesantísima obra, editada en 1840, "Descripción topográfico-histórica de la ciudad de Vigo, su ría y alrededores".

Tras un fortísmo brote epidémico de cólera morbo acaecido en 1834, que causó gran mortalidad - al parecer traído por una escuadra portuguesa de guerra -, Velázquez Moreno y Taboada Leal se pusieron juntos manos a la obra para conseguir para Vigo un lazareto en el que naves y tripulaciones pasasen una obligada cuarentena y que diese servicio a todo el norte peninsular.

Lo que consiguieron - no sin muchas dificultades, teniendo que poner los primeros dineros Velázquez Moreno de su pecunio particular - en 1842.

Aquel Lazareto de San Simón resultó fundamental para Vigo. En realidad, fue el punto de inflexión clave para el despegue del puerto, como lo reflejan las cifras de sus primeros doce años de funcionamiento, hasta 1854, en los que fonderaron en la Ría nada menos que 2.349 naves de todas las banderas para pasar, con sus tripulaciones y viajeros, el necesario periodo de cuarentena.

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Los promotores inmobiliarios actuales de lírica entienden poco. En cambio, EMILIO GARCÍA OLLOQUI - que, como excepción, sí que nació en Vigo - fue poeta de inspiración épica, autor de dramones e incluso de zarzuelas; y también, uno de los principales impulsores urbanísticos de nuestra ciudad, inspirador de una porción sustancial del Vigo que hoy conocemos. Tuvo mucho que ver en el derribo de las viejas murallas que atenazaban el Casco Vello y, corriendo 1870, concibió el proyecto de ensanche llamado "Nueva Población", que incluye la Alameda y todas las calles adyacentes, una de las cuales lleva su nombre, una extensa urbanización que era de su propiedad.

Llegó a ejercer Don Emilio, todo un carácter, de diplomático, falleciendo cuando se encontraba destinado en Alejandría, donde publicó parte de su obra.

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No menos colorista, aunque en distinta onda, era ANTONIO LÓPEZ DE NEIRA, hombre de muy modestos orígenes, natural de Maz (Lugo) y que llegó muy joven a Vigo para empezar como empleado de comercio y terminar por convertirse en una de las principales figuras de la vida empresarial, social y política de la ciudad (fue popularísimo alcalde y presidente de la Diputación) en la segunda mitad del Siglo XIX. 

Fundó varias industrias, entre ellas una importante fábrica de papel. Hombre afable y simpático, de abundantes dotes personales para relacionarse con los demás, sentía gran inquietud por los progresos científicos de la época, lo cual, corriendo Mayo de 1880 (Vigo no contaría con servicio público hasta 1896) le llevó a montar en su casa la primera instalación de luz eléctrica que se conoció en la ciudad, importada de París, acontecimiento al que así se refería un cronista de entonces:

"La proverbial naturalidad y amable deferencia del señor Neira fue causa para que muchos de sus amigos se apersonasen en la rica morada y deliciosa huerta a presenciar los efectos luminosos del aparato, el cual funcionó bien, llevando su luz a larga distancia, y que al reflejarse en las galería y casas del Placer de afuera, produjo agradable impresión entre las personas que inesperadamente se vieron inundadas por una claridad tan intensa como la del sol, aunque de melancólico reflejo como la luz de la luna".

Una iluminación eléctrica Drumond que posteriormente se utilizó durante años para realzar los actos y procesiones del Cristo de la Victoria, como número fuerte del programa.

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