En la foto el USS Raleigh.


Tras la II Guerra Mundial, la España bajo el régimen de Franco era un país de postguerra, mísero, subdesarrollado, apestado y aislado en el nuevo orden internacional. Hasta que en el año 1953 Estados Unidos, por intereses geoestratégicos en el escenario de la Guerra Fría, acudió al rescate: Eisenhower visitó la capital española y firmó con Franco unos convenios de colaboración que se dieron en llamar Pactos de Madrid, en virtud de los cuales, a cambio de alimentos y material bélico de segunda mano, se establecieron las bases militares yanquis en nuestro país.

Lo que supuso el comienzo de la integración de España en el concierto internacional, aunque el ingreso en la ONU no se produciría hasta dos años después, en 1955.

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En Junio de 1958, el puerto de Vigo vivió lo que por entonces supuso un gran acontecimiento: el portaviones USS Lake Champlain, de 271 metros de eslora y con una tripulación por encima de los 3.400 hombres, atracó en la Estación Marítima y las calles de la ciudad se inundaron de marinos americanos.

Más tarde se estableció en la ciudad un consulado americano, concretamente en la calle Reconquista esquina con Marqués de Valladares, a cargo de dos diplomáticos profesionales, un cónsul y un viceconsul que en los primeros sesenta frecuentaban los recién estrenados primeros tres hoyos del campo de golf del Aero Club, en Peinador.

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La armada estadounidense repitió visita en 1964, en esta ocasión por medio del buque anfibio de transporte y desembarque USS Raleigh, otro gran buque de 160 metros con quinientos oficiales y marineros a bordo, que venía de participar de unas maniobras en nuestras costas y las de Portugal.

Y fue entonces, corriendo el mes de Noviembre de aquel año, cuando se montó el gran follón. Los tripulantes borrachos que recorrían en grupos las calles de Vigo provocaron destrozos que condujeron a graves altercados mientras la policía militar del barco, que patrullaba con armas como si se encontraran en una localidad conquistada, trataba de controlar la situación con arrestos ante la obligada pasividad de los "grises", la temida - por los españoles - Policía Nacional de entonces.

Incluso se dieron agresiones a ciudadanos, como la ocurrida en la confluencia de Colón y Urzáiz - entonces José Antonio -, donde unos marineros apalizaron a unos jóvenes haciendo uso de sus cinturones reglamentarios.

Este suceso llenó de indignación a los vigueses y se produjo una especie de pequeño levantamiento patriótico: unos puñados de ciudadanos que acudieron a manifestarse frente al barco portando banderas españolas confeccionadas con un palo y la tela con la enseña nacional que se vendía por metros en comercios como Alfredo Romero, en la calle del Príncipe.

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La situación se convirtió en muy peliaguda para las autoridades franquistas: defender a los vigueses de las agresiones - no pocas provocadas - de los marinos americanos significaba enfrentarse a estos y a su policía militar, mientras que "disolver" a los ciudadanos que se manifestaban de manera "patriótica" tenía su complejidad... Lo peor vino cuando unos "incontrolados" consiguieron llegar a la puerta del consulado de Estados Unidos, lanzar un artefacto incendiario, entrar en la legación y causar grandes daños en el material e instalaciones.

Naturalmente, nada de esto fue reflejado por los periódicos de la época. Por lo tanto, no aparece en las hemerotecas como otras noticias de entonces que, transcurrido tanto tiempo, han sido rescatadas por Internet.

El consulado americano cerró. El cónsul y vicecónsul que jugaban al golf en Peinador siempre acompañados de sus respectivas señoras desaparecieron del mapa. Y ningún barco de la USS Navy volvió jamás a Vigo. 

Movidas eran también las recaladas de la flota británica, frecuentes en aquellos años. Las borracheras de los tripulantes eran memorables, incluso algunas provocadas por alcohol viníco que compraban en las farmacias. Estos no agredían a ciudadanos: se limitaban a destrozar escaparates y vehículos que se encontraban en la calle. Y aquí hay que decir, con toda justicia, que el Consulado Británico atendía después muy puntualmente las reclamaciones, compensando económicamente con creces a los perjudicados.

Incluso se llegó a comentar que algunos espabilados oportunistas establecidos cerca del puerto aprovechaban después para presentar facturas de daños simulados o provocados por ellos mismos.

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